Mi abuelita Lola
era lo que se conoce popularmente como “de buen diente” y su
hermano, mi tío Cesáreo, era de un disciplinado para la comida que
se reflejaba en su esbeltez. Yo heredé mucho de mi abuelita,
especialmente su versión del debate “comer para vivir vs. vivir
para comer”. Para nosotras, la comida es un disfrute cotidiano, uno
de los que hace que la vida sea sabrosa. Mi tío se inclinaba por
“comer para vivir”, quienes me conozcan inferirán que nosotras,
no. Por esta razón, más años de evolución que nos seleccionaron
como organismos “maravillosamente eficientes”, tengo amplia
experiencia en dietas, calorías, básculas y medidas. La aventura
para lograr un peso saludable requiere que entendamos que lo
importante es evaluar la salud, el peso es sólo un parámetro que
refleja sólo una dimensión de lo sano que estamos. Así, lograr un
peso saludable debe involucrar: peso, medidas, presión arterial,
nivel de triglicéridos, nivel de glucosa, y varios indicadores más.
Debemos desconfiar de métodos o médicos que nos recomienden sólo
vigilar la báscula, pues esto nos desvía de nuestro objetivo, nos
centra en solamente vigilar un indicador, el peso, cuando lo que nos
debería importar es dar seguimiento a nuestra salud.
Vemos un fenómeno
similar en los exámenes escolares. Hemos convertido al “examen”
en el villano de la película, en un “coso” al que hay que
vencer, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Cuando los exámenes
deben ser sólo uno de los indicadores que evalúen el progreso de
los estudiantes y profesores (pues ambos son parte de la dinámica
enseñanza-aprendizaje). Y sí, hay que vigilarlos como fotografías
del proceso educativo, pero sin quitar atención a lo sustantivo,
formar estudiantes de manera integral para la vida. El foco debe
estar en las actitudes hacia el conocimiento, no hacia el
conocimiento en sí.
Recientemente
comentaba en distintos grupos y foros, lo trascendente de contar con
un Plan Nacional de Desarrollo que contenga los indicadores que
medirán el avance del país en los rubros que se consideran
estratégicos. Esto contra toda una época en que el único indicador
a vigilar fue el PIB (o un conjunto de indicadores que medían más
de lo mismo, “crecimiento económico”). Hoy contamos con un
conjunto de indicadores bien construidos y no sólo eso, además
conocemos datos anteriores, la metodología con que se miden y a las
instituciones que les dan seguimiento, nacionales e internacionales.
Sin evaluaciones
congruentes, no hay avance. La articulación de estrategias y
políticas requiere una imagen clara y completa del antes, del
durante y del después. Aplaudo una nación que tiene la valentía de
mirar con claridad y sin venda en los ojos sus números en diversas
dimensiones, eso apunta hacia un crecimiento multifactorial y
sostenido, sin anemias ni anorexias.
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