No
hace mucho tiempo, trabajé en una organización ampliamente
reconocida por su capacidad como generadora de conocimiento. Tuve la
fortuna de convivir con un grupo que, además de hacer una excelente
labor en sus áreas de expertez, también tenía una actitud muy
positiva hacia la comunicación y la generación de conocimiento en
las funciones que a cada quien correspondían. Curiosamente, en esta
entidad en particular, la estructura organizacional en lo cotidiano
era jerárquica y burocrática. A pesar de que los individuos en su
desempeño personal tenían altos estándares en sus áreas y eran
bien conocidos por su calidad de trabajo, nuestras interacciones “de
oficina” rayaban en lo absurdo por la falta de inteligencia de los
procedimientos administrativos.
Un
ejemplo que relato frecuentemente en foros y charlas, es “el de las
tazas”. Resulta que, por un hueco en la normatividad que rige las
funciones de los trabajadores, la limpieza de los utensilios de
cafetería no recaía en ninguna persona. Quienes hayan tenido que
compartir espacios (departamento de estudiantes, o cocineta en el
trabajo) entienden bien la faena comunitaria que esto implica. Desde
el altero de tazas sucias dejado después de una reunión, hasta el
altero cotidiano de tazas limpias pero como muestrario perpetuo al
dejarlas secar. Un buen día, quien coordinaba el área
administrativa decidió que la mejor manera de evitar el tiradero era
prohibir que dejáramos escurrir las tazas, instruyéndonos a secar
todo con la toalla semi-húmeda que reposaba al lado del fregadero.
En
ese tiempo, contaba yo con un equipo maravilloso de becarios,
estudiantes de mecatrónica, biología, artes plásticas y ciencias
de la comunicación, entusiastas aprendices de divulgadores
científicos. Al enterarnos de la nueva prohibición-instrucción
comenzamos una sabrosa discusión sobre la higiene del nuevo método.
Si la idea de pasar el trapo POR FUERA de la taza era de horror (el
olor apoxcahuado me enferma sólo de recordarlo), se imaginarán la
resistencia a secarla con él POR DENTRO. Entonces decidimos hacer
una cápsula de divulgación, conseguimos platos de Petri suficientes
para cultivar hongos y bacterias de la fibra jabonosa, el trapito y
el ambiente del escurridor. Una semana después, con video en mano,
mostramos los resultados a la comunidad: tiramos el trapito y
aprendimos que no hay como escurrir los trastos para asegurar un
secado higiénico.
Analizar
los problemas, proponer hipótesis y demostrarlas es el camino que
nos permite avanzar en la comprensión de la realidad, desde el día
que planteamos el “experimento de las tazas” supe que el grupo de
aprendices había dejado de serlo. No hay mejor prédica que el
ejemplo.
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