Una anécdota que me apena terriblemente es la que tiene que
ver con el día que decidí no volver a manejar “en mi vida”. Tenía catorce años, recién había terminado
por segunda ocasión mi curso de manejo un día antes y conducía el Topaz
automático de mi madre, con ella de copiloto por supuesto. Rumbo al super, me
lancé a un crucero como el “borras”, sólo con la vista al frente. Mi santa
madre apenas alcanzó a gritar “¡Fíjate por donde vas, voltea antes de cruzar!”.
Yo, con eso tuve. Se me inundaron los ojos de lágrimas, llegamos a nuestro
destino y con voz sollozante, le entregué sus llaves a mi mamá y muy dignamente
exclamé: “No te preocupes, no vuelvo a manejar. Yo para esto no sirvo”. Lo peor no fue mi drama, sino que tardé diez
en años en volver a manejar un auto (gracias Oscar) y desde entonces lo he
disfrutado y aprovechado enormidades.
La crítica y como la recibe el criticado suele ser un tema
incómodo. Incluso, hemos llegado a calificar como “constructiva” a aquella que
nos hace mejorar, en oposición al resto de las críticas que por lo tanto son
“destructivas”. Se han perdido amistades, negocios y hasta matrimonios por una
crítica mal recibida. En este terreno tenemos como individuos mucho que
aprender de la cultura científica. Resulta que en el terreno académico un colega
que no critica un trabajo o una aportación se considera mediocre, falto de
interés o incluso mal intencionado, al no aportar elementos de mejora o de
cuestionamiento a la labor de sus pares. La crítica es indispensable en el
quehacer científico y tecnológico. Y nadie que se respete en este campo se
atrevería a matizar la crítica como constructiva o no. Toda crítica bien
fundamentada construye, contribuye a una mejor aportación y un aprendizaje
valiosísimo para quien es criticado.
Hace una semana cometí un error ortográfico, al mencionar
una losa de concreto. Escribí loza, con “z”. Palabra homófona que es sinónimo
de vajilla o de piezas de cerámica o porcelana. Aún sigo agradecida al lector
que me sacó de la ignorancia (gracias Humberto), y me dio una lección de
gentileza y espíritu crítico.
La formación científica me ha ayudado a ver en la crítica,
no un ataque personal, sino una oportunidad de enmendar mi actuar. Este sábado,
cuando llevaba a mi madre a casa de la Tía Ana, sonreí cuando llamó mi atención
para que soltara el celular y avanzara en el embotellamiento. Desde entonces, sigo manejando y sigo usando
el celular, pero no al mismo tiempo (gracias Mami).
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