jueves, 14 de febrero de 2013

Bio-fascinación

publicado el 14 de febrero de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Debo reconocer que yo aprendí biología el día que comprendí el concepto de selección natural. Tenía 26 años y mi formación estaba dominada por la ingeniería, el álgebra, la lógica y la computación. Algo había aprendido sobre las ciencias de la vida durante mi educación, formal y no. Sobre Darwin y los conceptos de evolución y selección natural, mi mejor maestro en la infancia y adolescencia fue Cantinflas, que, en sus cápsulas animadas del “Cantinflashow”, nos ilustraba desde la televisión sobre nuestro parentesco biológico con los monos.
Quienes usamos lentes, recordamos perfectamente la sensación de usar la graduación correcta por primera vez; los colores son más vivos, las imágenes más nítidas, los detalles se aprecian y donde había una mancha aparece una flor, o una cara conocida. Lo mismo sucede en términos conceptuales cuando el concepto de selección natural se entiende en la maravilla de su sencillez y la contundencia de su impacto, la vida cambia. No puedes volver a ver una flor, un pavorreal, una jirafa o una enfermedad sin maravillarte ante la elegante simpleza del mecanismo evolutivo. Incluso, el concepto es tan poderoso que se aplica a temas de conducta y comportamiento animal.
En general, entendemos que las especies evolucionan gracias a variaciones al azar que se dan en cada individuo, generación tras generación. Cuando esas variaciones afectan su capacidad de reproducción, para bien o para mal, se marca un hito en la evolución de esa especie en particular. Si, por ejemplo, la nueva característica heredada lo hace más visible para sus predadores o más lento, ese individuo tendrá menos oportunidades de reproducirse, menos descendientes y por lo tanto será una avenida trunca en el camino evolutivo de su especie. Por otro lado, si la nueva característica mejora sus posibilidades de supervivencia (porque pueda alimentarse mejor, corra más rápido ajeándose de los predadores o viva más años), entonces tendrá más probabilidades de reproducirse exitosamente, sus descendientes podrán heredar la característica y, así, ésta se introduce en el acervo genético de su especie.
Esto quiere decir que a las jirafas no les creció el cuello para comer de los árboles más altos; todo lo contrario. Las jirafas pueden comer de árboles más altos porque tienen el cuello más largo. La evolución no conoce la palabra “para”; simplemente los organismos que hoy poblamos la tierra somos los que hemos heredado las características que nos permiten sobrevivir mejor a nuestro entorno. Esto es así, tanto para la abeja que danza sobre nuestra naranjada en el jardín, como para nosotros. Todos somos fruto del extraordinario mecanismo de la selección natural. ¡Fascinante! ¿Verdad?

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