jueves, 3 de julio de 2014

Los juegos de infancia

publicado el 3 de julio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mi hermano es 6 años más joven que yo. Esto permitió que ambos gozáramos del trato de “hijo único” durante un tiempo. Pasé los primeros años de mi vida consentida y protegida, dirán mis primos que “en exceso”, por mis padres y abuelos. Además no fui al , entonces el tiempo que pasé jugando con adultos que sólo querían verme contenta fue considerable. Así que aprendí a jugar cartas, dominó, damas chinas, inglesas y hasta ajedrez con mi mamá, mi abuelita y mi tío abuelo. Y lo mejor de mis aventuras con ellos era que siempre ganaba. No había juego de canasta o partida de ajedrez en la que no aplastara contundentemente a mi familia. El problema surgió cuando quise sacar a relucir mi talento con mis primos, a quienes veía ocasionalmente en fin de semana. Ahí me sucedía lo contrario, me daban unas palizas marca diablo. Y yo, incapaz de entender cómo podía pasarme eso a mí, lloraba a moco tendido. Hice berrinche, patalee, acusé de tramposos, y finalmente, durante años, me negué a jugar con mis primos. Este micro-drama causó grandes discusiones entre mi madre y abuela y mis tías. “Karlita no sabe perder, déjala que llore y que se aguante”, le aconsejaban a mis ofendidas defensoras. Y claramente, tenían razón. Yo había aprendido todas las reglas, posiciones de inicio y algunos trucos para lograr ventaja en los juegos, pero, por cariño y condescendencia—y por evitarse los dramones que me aventaba cada vez que me empezaba a “ir mal” en el juego—no me acostumbraron a manejar el fracaso.
En la práctica profesional y académica (y en la vida si nos ponemos filosóficos)  uno convive con los errores todo el tiempo. Desarrollamos técnicas de control de calidad para minimizar las fallas y su impacto, pero si hay algo certero es que nos equivocaremos. Lograr ser exitoso en los campos profesionales y académicos es un asunto de aprendizaje efectivo a partir del error. Fallar ante una nueva situación es natural, lo indispensable es aprender de la situación e integrar en nuestro actuar cotidiano protocolos de contingencia. Es decir, debemos tener procedimientos de revisión (check-lists), de control de daños y lo más importante: una actitud receptiva y responsable para admitir la falla, repararla e integrar el caso a nuestra base de conocimiento personal y grupal.
El callo que no desarrollé cuando niña para aprender del fracaso, tuve la gran oportunidad de forjarlo en mi vida adulta. La lista de emprendimientos fallidos tanto en temas académicos como profesionales es larguísima. Afortunadamente, aprender de esas fallas, logró transformar fracasos en éxitos. Sigo tensando el gesto cuando pierdo en un juego de mesa, pero las oportunidades de aprendizaje que me han regalado mis colaboradores y socios, las atesoro con orgullo, cariño y aprecio. Todo está en aprender, aprender y aprender.

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