publicado en el libro "Ciencia y Ficción"
A las 6
¡Clang! Escucho a lo lejos el sonido familiar. Lejos y amortiguado, como en sueños, con esa sensación desorientada, aletargada, en medio de un instante de sobresalto, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo ese primer destello de luz, ese entreabrir los ojos, sin lograr distinguir gran cosa, esa humedad helada que lastimó mi cabeza y a falta de palabras que describieran la confusión, el dolor, el sobresalto; proferí un grito agudo, chillante, irritante.
¡Clang! El sonido es más fuerte, un poco más claro, pero igual de confuso e intrigante, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo la emoción, el barullo, el tumulto. Recuerdo cómo la mar de chicos, todos iguales, misma ropa, mismo peinado, mismo olor a limón, me absorbía, me engullía, me atrapaba. Recuerdo su mirada vidriosa, su sonrisa forzada, sus gritos de ánimo que sonaban falsos, tristes, valientes. Recuerdo el dolor lacerante en el pecho, que subía por la garganta, calentando mis mejillas, humedeciendo mis ojos.
¡Clang! Ahora el sonido es claro, vibrante, lleno de vida, de esperanza, traspasando mi cuerpo, haciéndome vibrar emocionado, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo el nerviosismo, la ansiedad, la espera que termina, la familia contenta a mi alrededor. Recuerdo la secreta decepción, la duda, la culpa, la certeza de no merecer el honor, la tristeza disfrazada de solemnidad, la mentira disfrazada de sonrisa.
¡Clang! Mis tímpanos vibran al compás del sonido, fuerte, claro, que se les adhiere con un sinfín de ecos, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo la carrera al altar, la visión del paraíso frente a mí, el corazón en la garganta por la angustia de perderla. Recuerdo la transformación de su rostro tras la niebla de su inocencia, prometer calor, anunciar la entrega; pero sobre todo, recuerdo cómo se iluminaba de amor.
¡Clang! El sonido ya es insoportable. Traspasa mi cabeza, dejando un dolor intenso, lacerante, que me confunde, que me inunda, que no me deja pensar, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo el vacío, la soledad, el “sin-sentido”, el desánimo. Recuerdo la falta de calor, la pérdida de la esperanza, el exilio del paraíso, la urna que encerraba lo que alguna vez fue inocencia, promesa y amor. Recuerdo el olvido, el bendito olvido que borró mi pasado, aniquiló mi futuro y alcoholizó mi presente.
¡Clang! Escucho a lo lejos el sonido familiar. Lejos, amortiguado y agonizante, ¿dónde estoy? Finalmente abro los ojos y veo un destello de luz, intenso, absoluto, que llena todo y a todos, que no deja distinguir detalle. Y recuerdo. Recuerdo el inicio, la luz, la confusión, la falta de palabras, el grito en la garganta. Al tiempo que recuerdo, abro la boca para gritar, para llorar, para pedir, para respirar. Sufro en un instante la agonía de los últimos años, siempre en el mismo lugar, mirando a los feligreses pasar y tirar monedas. Siento la pesadez de la debilidad, el hedor de mis harapos, el soporte de mis viejas valijas. Valijas que fueron casa, apoyo, tesoro, botín, compañeras. En el último estertor agonizante, sin poder distinguir sonidos, siluetas ni contornos, cierro los ojos y finalmente, en la absoluta oscuridad, la veo. Ya no siento dolor ni angustia, pues no la perderé más; es el paraíso, mí paraíso; me entrego, se cumple la promesa; me alimenta su calor. ¿Dónde estoy? Y recuerdo. Estoy en casa, contigo, mi amor.
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