Es bien sabido que una mala traducción mata
películas, artículos y hasta romances. Más de una vez, un chiste mal traducido ha
enviado al olvido diálogos que en su idioma original son épicos. Por otro lado,
una buena traducción es sin duda parte del éxito de series como “Los Simpsons”
o películas animadas como “Shrek”. El secreto de estas traducciones de primera
está en que, más que traducciones literales, son traducciones contextualizadas.
Un buen intérprete necesita más allá de ser n-lingüe, ser n-cultural para así
lograr transmitir tanto el conocimiento explícito, dado por el lenguaje, como
el tácito inmerso en el contexto, entre dos culturas de habla distinta.
En un entorno donde, por la complejidad de lo
cotidiano, se van generando subculturas (cultura científica, cultura
empresarial, cultura fiscal, cultura ambiental, por mencionar algunas), se va
haciendo cada vez más necesaria la formación de intérpretes. Podemos pensar,
equivocadamente, que en una región particular, Morelos por ejemplo, dado que
todos hablamos español, basta sentar juntos a un empresario y a un científico
para que logren concretar un proyecto. Nada más equivocado que esto. Para que
se dé una relación efectiva que genere conocimiento, es necesario generar
confianza, comunicar con claridad y encontrar una región de contextos
compartidos. Ambas personas hablan español, e incluso, ambos están inmersos en
el contexto de la ciudad y su cotidianeidad; sin embargo, sus vivencias, sus
satisfactores profesionales, sus preocupaciones cotidianas y sus horizontes
financieros, son distintos. Para lograr una comunicación efectiva, requerimos
cada vez más, personas bi-culturales, vinculadores reales. Individuos que
entiendan “en el alma” la necesidad de contar con evidencia para llegar a
conclusiones, so pena de perder la credibilidad y destruir reputación. Pero
también que comprendan, de igual manera, la responsabilidad de mantener una
empresa, que quincena a quincena cuente con el flujo de efectivo para pagar
nómina e impuestos. Esta comprensión se logra con la experiencia, no se aprende
de oídas (o leídas), y es necesaria para dar justa medida a las inquietudes,
temores, esperanzas y proyectos de empresarios y académicos.
Estos constructores de puentes entre sectores
que hablan el mismo idioma, pero están embebidos en contextos diferentes, son
necesarios para traducir en un inicio y para, más importante aún, generar un
espacio confortable de interacción donde más adelante, académicos y empresarios
generen y compartan una cultura común, la de la innovación.
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