La diferencia entre mi hermano menor y yo
es de casi seis años. Así que durante muchos años viví como “hija única”, pues la
convivencia fraternal se dio hasta que salí de la primaria. Siendo además de
distinto género, poco drama había para compartir juguetes. Él no se metía con mis
muñecas, yo no lo hacía con sus cochecitos (o casi no). Esta “ventaja” en la
convivencia cotidiana se traducía en debilidad cuando me reunía con mis primas.
Ellas acostumbradas a la ausencia de propiedad privada entre hermanas, me
ponían en jaque cada vez que llegaban a casa de la abuela a vacacionar. Prestar
mis juguetes era un dramón (berrinche, llanto y más), y compartir la atención
de mis tíos, ¡era aún peor! Me costó mucho trabajo y lágrimas darme cuenta que,
si me animaba a convivir en grupo más tiempo, la experiencia era mucho más
enriquecedora. En conjunto podíamos jugar a los listones, las ollitas, los
encantados o el amo-a-to; y entonces,
en lugar de una fracción de tiempo y atención individual, contaba con la
riqueza de la interacción múltiple.
De manera similar sucede en el tema del
conocimiento. Contrario a la creencia popular, cuando lo compartimos activamente,
logramos construir más y mejor conocimiento. Sucede hasta cuando leemos un
libro o vemos una película. ¿No es más rica la experiencia de comentar un libro
entre varios? ¿Quién no ha discutido y disfrutado tramas de películas o fragmentos
de novelas? Después de esas tertulias de intercambio todos salimos con un mejor
y más completo entendimiento de lo discutido. Compartir lo conocido desde
nuestra perspectiva y contexto individual nos permite mirar desde otros
contextos y otros puntos de vista al objeto a entender. Y sí, al terminar esas
experiencias de intercambio, el conocimiento grupal e individual crece. Este
“gaje del oficio” lo conocen bien los científicos, viven enriqueciéndose todos
los días, al mismo tiempo que enriquecen el saber de la humanidad en su
conjunto.
Vivimos
en la era del conocimiento, éste es nuestro activo más valioso y más
importante. Con una ventaja adicional: a diferencia de otros activos como el
oro, los dólares o el petróleo, que al compartirlos se fraccionan y por tanto,
quienes los comparten tienen menos de manera indiviudual; al compartir el
conocimiento, éste se acrecienta, mejora y multiplica. Cambiemos de fondo el
enfoque, compartamos conocimiento, colaboremos y construyamos un mundo mejor.
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