¡Clang! Escucho a
lo lejos el sonido familiar. Lejos y amortiguado, como en sueños, con esa
sensación desorientada, aletargada, en medio de un instante de sobresalto,
¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo ese primer destello de luz, ese
entreabrir los ojos, sin lograr distinguir gran cosa, esa humedad helada que
lastimó mi cabeza y a falta de palabras que describieran la confusión, el
dolor, el sobresalto; proferí un grito agudo, chillante, irritante.
¡Clang!
El sonido es más fuerte, un poco más claro, pero igual de confuso e
intrigante, ¿dónde estoy? Y recuerdo.
Recuerdo la emoción, el barullo, el tumulto. Recuerdo cómo la mar de
chicos, todos iguales, misma ropa, mismo peinado, mismo olor a limón, me
absorbía, me engullía, me atrapaba. Recuerdo su mirada vidriosa, su sonrisa
forzada, sus gritos de ánimo que sonaban falsos, tristes, valientes. Recuerdo
el dolor lacerante en el pecho, que subía por la garganta, calentando mis
mejillas, humedeciendo mis ojos.
¡Clang!
Ahora el sonido es claro, vibrante, lleno de vida, de esperanza,
traspasando mi cuerpo, haciéndome vibrar emocionado, ¿dónde estoy? Y recuerdo.
Recuerdo el nerviosismo, la ansiedad, la espera que termina, la familia
contenta a mi alrededor. Recuerdo la secreta decepción, la duda, la culpa, la
certeza de no merecer el honor, la tristeza disfrazada de solemnidad, la
mentira disfrazada de sonrisa.
¡Clang! Mis tímpanos vibran al compás del sonido, fuerte, claro,
que se les adhiere con un sinfín de ecos, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo la
carrera al altar, la visión del paraíso frente a mí, el corazón en la garganta
por la angustia de perderla. Recuerdo la transformación de su rostro tras la
niebla de su inocencia, prometer calor, anunciar la entrega; pero sobre todo,
recuerdo cómo se iluminaba de amor.
¡Clang!
El sonido ya es insoportable. Traspasa mi cabeza, dejando un dolor intenso,
lacerante, que me confunde, que me inunda, que no me deja pensar, ¿dónde estoy?
Y recuerdo. Recuerdo el vacío, la
soledad, el “sin-sentido”, el desánimo. Recuerdo la falta de calor, la pérdida
de la esperanza, el exilio del paraíso, la urna que encerraba lo que alguna vez
fue inocencia, promesa y amor. Recuerdo el olvido, el bendito olvido que borró
mi pasado, aniquiló mi futuro y alcoholizó mi presente.
¡Clang! Escucho a lo lejos el sonido familiar.
Lejos, amortiguado y agonizante, ¿dónde estoy?
Finalmente abro los ojos y veo un destello de luz, intenso, absoluto,
que llena todo y a todos, que no deja distinguir detalle. Y recuerdo. Recuerdo
el inicio, la luz, la confusión, la falta de palabras, el grito en la garganta.
Al tiempo que recuerdo, abro la boca para gritar, para llorar, para pedir, para
respirar. Sufro en un instante la agonía de los últimos años, siempre en el
mismo lugar, mirando a los feligreses pasar y tirar monedas. Siento la pesadez
de la debilidad, el hedor de mis harapos, el soporte de mis viejas valijas.
Valijas que fueron casa, apoyo, tesoro, botín, compañeras. En el último
estertor agonizante, sin poder distinguir sonidos, siluetas ni contornos,
cierro los ojos y finalmente, en la absoluta oscuridad, la veo. Ya no siento
dolor ni angustia, pues no la perderé más; es el paraíso, mí paraíso; me
entrego, se cumple la promesa; me alimenta su calor. ¿Dónde estoy? Y recuerdo.
Estoy en casa, contigo, mi amor.
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